sábado, 16 de enero de 2010

Haití

Lo que pasó en Haití me ha enseñado a mirarme, a mirar a los demás, a mirarnos igual, a abrazarnos, a entenderlos y no juzgar, a entender que la belleza no son ojos azules o verdes, pelo lacio y tez blanca. La belleza está en lo invisible, es lo tranparente, la magia de ayudar al otro, de igualarnos, de darnos cuenta que todos nacimos para un mismo fin; sobrevivir y compartir este mundo.

Al ver a un haitiano, lo veo con más humanidad, quizás esa fue la intención de esta catástrofe que nos engrifó los pelos de miedo y aún nos saca lágrimas, eso es lo mejor entre tanto mal. Aprender que un haitiano, un dominicano, un estadounidense son la misma cosa, sin diferencias, sin ventajas.

Quizás la ira de Dios convertida en terremoto hace entrar en razón a más gente hipócrita, pobre de corazón; para que se den cuenta al igual que los demás que ya lo hicieron sobre lo que pasaba en esa tierra, pues si nosotros tenemos tecnologías y orgullosos las ostentamos, ¿por qué aún no había llegado el siglo XXI a Haití? O es que, ¿Haití es el Africa del nuevo mundo?

Cuando Dios palmea el hombro, ¡De qué manera lo hace! Pero los resultados explican un dicho muy común en la gente nuestra: “Dios sabe como hace las cosas".